«Incredulidad»

Hemos de convenir que Cuba es una presencia, un fardo, la piedra que incansablemente carga y recoge Sísifo una y otra vez. Uno termina abandonando la isla, pero esta, empecinada, nos acompaña incluso a los rincones más insólitos.

 

Hemos de convenir también que la poesía ha sido un signo de identidad de lo cubano, un rasgo de distinción. Sin embargo Julio Lorente introduce -con la noción de herida- una nueva distinción representacional en torno a Cuba. La herida, la llaga sangrante, que ha comenzado a aparecer en su última serie de obras, rememora el pasaje traumal de un cuerpo transado por un dolor inexplicable.

 

Es interesante cotejar como Julio se vale de toda una iconografía clásica y teologal, para re-semantizar el dolor asociado a la herida que es Cuba. Porque la isla termina siendo eso, un dolor, una herida abierta que drena su sangre no solo en el rostro de una virgen. 

 

Si en obras anteriores la herida que en su morfología terminaba reproduciendo la geografía de la Isla de Cuba solo era el vestigio de una laceración, en «Incredulidad» [óleo/lienzo 20 x 24 pulgadas 2024] Julio nos acerca a la llaga, nos pide que escrutemos sus texturas, sus viscosidades. Solo así, -como en las llagas de Cristo- sabremos calibrar la profundidad de esta lesión que en un cuerpo vivo, sigue promoviendo el misterio de su pasión y su lenta muerte.

 

«Incredulidad» es una obra contundente, y lo es porque desde otro tipo de pintura, desbanca toda acción povera, toda acción residual entendida como antropología o sociología que termina compulsando los resortes del activismo.